BUENOS AIRES. - Hace tres meses encontraron su cadáver en el baño de su departamento de Puerto Madero. Tenía un tiro en la sien y no había rastros de violencia. La noticia trascendió esa noche y la madrugada del 18 de enero: se encontró al fiscal Alberto Nisman muerto de un disparo en la cabeza. A partir de ahí, su nombre -que en hebreo significa “hombre estandarte”- comenzó a parecerse a una bandera política: mala para unos, buena para otros.
A noventa días de esa muerte no sabe si fue suicidio, suicidio inducido o asesinato. Ni en sus más remotos sueños premonitorios Nisman pudo haberse imaginado en vida ser protagonista de una guerra pública que dividió en dos a la sociedad: primero por su denuncia contra la presidenta Cristina Fernández y después por las circunstancias que rodearon al tiro que impactó en su cabeza.
Nisman estaba al frente de la UFI-AMIA desde 2004, cuando el juicio oral por la masacre por la voladura de la mutual judía finalizó con un papelón de absoluciones para policías bonaerenses que habían sido acusados por un entonces reo, Carlos Telleldín, quien, habría recibido a cambio 400 mil pesos/dólares de la SIDE para declarar en la causa.
Ese pago y otra decena de delitos que se cometieron desde el poder comenzarán a ser ventilados en el juicio denominado AMIA II, para el que Nisman se preparaba con vistas a acusar a un ex presidente, Carlos Menem; funcionarios (como Hugo Anzorreguy, ex jefe de la SIDE), un juez (Juan José Galeano) y hasta a sus ex compañeros (Eamon Müllen y José Barbaccia).
Sin embargo, la preocupación de Nisman no estaba en ese juicio, que se aceleró merced a su trágico deceso y al terremoto político que se desató después del 18 de enero.
Nuevo encubrimiento
La atención del ex fiscal Nisman estaba centrada exclusivamente en lo que él entendía era un nuevo encubrimiento en la causa AMIA: ventiló esa teoría en una denuncia que presentó el 14 de enero contra la Presidenta y el canciller Héctor Timerman, entre otros, por haber pactado con Irán lo que él entendía un plan de impunidad para hacer reanudar los negocios con esa potencia nuclear del Medio Oriente. Esa denuncia, que cobró una repercusión política mundial que ni él mismo esperaba, generó furias en el seno del Gobierno y fue aprovechada por la oposición en vísperas de un año electoral.
“Yo puedo salir muerto de esto”, le confió a periodistas que lo entrevistaban por esas horas.
Nisman tenía que presentarse el lunes 19 de enero ante la Comisión de Legislación Penal de Diputados para dar detalles de su denuncia, cuyo texto no se había conocido porque contenía detalles que violarían la ley de inteligencia si trascendían. Y esa audiencia prometía ser un escándalo, porque el kirchnerismo había anunciado, en boca de Diana Conti, que iría con los “tapones de punta”. Incluso Conti acotó: “Le decimos a la hija de Nisman que se quede tranquila, que no vamos a agredir a su papá”. Seguramente esos dichos habrían sonado a advertencia.
Aquel panorama belicoso tornó en trágico la noche del domingo 18 cuando se encontró el cadáver de Nisman con un disparo en la cabeza, y el secretario de Seguridad, Sergio Berni, presente en el lugar, se apuró a adelantar que todo indicaba un suicidio.
Sin embargo, la convicción de que a Nisman lo habían matado por haber denunciado a la Presidenta se instaló en la opinión publica como una certeza que no necesitaba pruebas, pericias ni confirmaciones.
Apunten a Lagomarsino
Una semana después, en cadena nacional, la propia jefa del Estado suscribió a esa hipótesis de homicidio, aunque con otro sospechoso: apuntó a Diego Lagomarsino, el técnico informático que le había prestado el arma a Nisman y la había criticado a ella por twitter, mientras sus funcionarios despotricaban contra el poder que ostentaba Antonio “Jaime” Stiuso, que era hasta diciembre pasado, uno de los popes de la central de inteligencia y designado por Néstor Kirchner para trabajar en el caso AMIA. El mismo Kirchner fue el que instaló a Stiuso en la vida de Nisman al confiarle la causa AMIA.
Una certeza
Hoy, a tres meses del hallazgo del cadáver de Nisman, la única certeza es que hubo una muerte que dividió a la sociedad: entre los que creyeron en su denuncia y los que no (como el juez Daniel Rafecas, que cerró las puertas a analizar siquiera la hipótesis de Nisman, algo que es foco de pelea en Casación), y entre los que insisten en ver a un hombre acorralado por una denuncia vacía que decidió suicidarse, y los que aseguran que se trató de un magnicidio.
En esas puntas parecen jugar por un lado, la querellante, la jueza Sandra Arroyo Salgado, virtual viuda de Nisman pese a que ya se habían separado, en representación de sus dos hijas, y por el otro, la fiscal Viviana Fein, que dice no trabajar en pos de ninguna hipótesis pero que afirmó en el inicio de la investigación, con el análisis de las primeras pericias, que “lamentablemente” no habían encontrado rastros de pólvora en las manos de Nisman.
Y es tanta la confusión que todavía no está claro si, como dice Arroyo Salgado, murió en la tarde del sábado 17 o si, como aseguran los peritos oficiales, el deceso ocurrió a las 15 del domingo 18.
Se sabe que el ex fiscal tenía una cuenta con mucho dinero en Nueva York, y a nombre de Lagomarsino; se sabe con qué chicas salía o de quién era el auto en el que se movía, pero no está claro ni siquiera cuándo murió, un detalle primordial en cualquier investigación seria, si lo que se busca es la verdad. (Especial-DyN)